Cuando el 8 de abril de 2013 los diversos medios
británicos anunciaron la muerte de Margaret Thatcher,
el Reino Unido se enfrentó a una tremenda oleada de sentimientos
encontrados. Odiada y amada a partes iguales, a la calle salieron los
fervientes simpatizantes del conservadurismo más duro que ella había
elevado a la enésima potencia. Considerada la figura más relevante
de la política británica desde Winston Churchill, los amantes del
libre mercado consideraban que habían perdido a una líder única e
inimitable. Se la debía honrar como merecía. En el lado opuesto
-porque siempre hay un lado opuesto- estaban los obreros,
sindicalistas, agraviados por su política económica y otras tantas
personas que consideraban a Thatcher el mismísimo diablo. Entre
ellos, también se encontraban los que habían coreado en más de una
ocasión en las gradas de Anfield -y en tantas otras- el cántico de
haremos una fiesta cuando Maggie Thatcher muera. Las heridas
de Hillsborough.
En una etapa movida en lo referente al deporte nacional por excelencia, Margaret Thatcher se decidió a tomar cartas en el asunto y, en medio del caos, transformó el fútbol inglés para siempre.
VALLEY PARADE, HEYSEL Y HILLSBOROUGH
“Donde haya discordia, llevemos la armonía. Donde haya error, llevemos la verdad. Donde haya duda, llevemos la fe. Y donde haya desesperación, llevemos la esperanza”, fueron las palabras de una Margaret Thatcher que tomaba posesión como Primera Ministra el 4 de mayo de 1979 y se asentaba en el número 10 de Downing Street. Para entonces, el Reino Unido vivía una época convulsa que necesitaba de un líder fuerte para hacerle frente.
El apodo de Dama de Hierro no sería casual. Se movió en un momento en el que las tensiones raciales se habían incrementado -el Partido Conservador se llevó muchos votos de simpatizantes del National Front-; su política económica estuvo dirigida a incrementar los impuestos indirectos, introdujo el poll tax y redujo las inversiones en servicios sociales y educación; se enfrentó a los sindicatos, dispuesta a acabar con su poder, teniendo que hacer frente a huelgas tan importantes como la de la minería en 1984; activó el proceso de privatización, acelerando las ventas de las empresas de servicios públicos del Estado; hizo frente a las huelgas de hambre de los prisioneros del IRA y les negó el estatus de prisioneros políticos; se alineó con las políticas de la administración Reagan en la última etapa de la Guerra Fría, demostrando abiertamente su rechazo a la integración europea y creó y presidió el gabinete de guerra que tenía como objetivo defender el intento de ocupación por parte de Argentina de los territorios administrados por el Reino Unido en las Malvinas.
¿Qué ocurría mientras tanto alrededor del fútbol? Los seis años siguientes a la toma de poder de Thatcher, cinco equipos ingleses alzaron la Copa de Europa. Dos veces el Nottingham Forest, dos el Liverpool y una el Aston Villa. Pero a pesar de la sobresaliente competitividad de los clubes del país, Inglaterra seguía arrastrando un problema que había sido incapaz de atajar. La enfermedad británica, como fueron a denominarla, llegaba a su punto de máximo apogeo y la situación estaba tan descontrolada que se había convertido en un auténtico lastre. El movimiento hooligan, tan extendido como extremadamente peligroso, campaba a sus anchas por la patria de Isabel II y solo la fatalidad convertida en muerte, anunciada mucho tiempo atrás, iba a ser capaz de mitigarlo.
Los viejos estadios del fútbol inglés se habían
convertido en verdaderos campos de batalla, donde los hinchas locales
esperaban a los rivales con botellas de cerveza o bolas de billar.
Peleas cuerpo a cuerpo que se extendían a la destrucción del
mobiliario del estadio o el urbano, como la famosa liturgia que
llevaban a cabo en cada partido los Bushwhackers, la
temida firm del Millwall. La propaganda fascista del
National Front había calado hondo a las puertas de los fortines del
Chelsea, el West Ham o el Leeds
United y el reclutamiento de skinheads convertía a
las bandas de hooligans en verdaderos grupos paramilitares.
En un abrir y cerrar de ojos, la actividad violenta de los
hooligans traspasó fronteras cuando estos acompañaron a
sus equipos o al combinado nacional por diversos países europeos. El
caos ya era internacional.El 11 de mayo de 1985, durante el encuentro entre el Bradford City y el Lincoln City en el estadio de Valley Parade, murieron 56 personas y otras 256 resultaron heridas tras el incendio de las tribunas. Como consecuencia, el juez Oliver Popplewell lideró la redacción de una nueva legislación para mejorar la seguridad de los añejos estadios ingleses. Aquello conllevó la prohibición de los graderíos de madera y la clausura de las tribunas consideradas potencialmente peligrosas.
El resultado de la denominada Comisión Popplewell solo fue un tibio comienzo en la necesidad de comenzar a tomar medidas. La dura y cruel realidad volvería a golpear a la sociedad inglesa dos semanas después. Fue en Heysel, durante la final de la Copa de Europa entre Liverpool y Juventus.
La muerte de 39 personas en Bruselas conllevó durísimas sanciones para los equipos ingleses, que se vieron privados de participar en las diversas competiciones europeas. Clubes como Liverpool, Tottenham, Manchester United, Everton, Arsenal, Southampton, Norwich, Sheffield Wednesday, Oxford United, West Ham, Luton Town, Nottingham Forest, Coventry City, Derby County o Wimbledon, estuvieron vetados de 1985 a 1991.
El gabinete de Margaret Thatcher entró de lleno en el problema, dispuesto a tomar medidas, siendo la primera de ellas la redacción de la Football Spectators Act de 1989.
Entre las medidas de acción que disponía, se encontraban la obligación de exigir el documento de identidad para entrar en los estadios o la persecución de las diferentes bandas de hooligans para proceder a la apertura de fichas policiales.
Durante los primeros meses de su aplicación, algunos optaron por llevar las medidas al extremo. Por ejemplo, el presidente del Luton Town, miembro activo del partido conservador de Thatcher, optó por prohibir la entrada de los hinchas visitantes al estadio. Su equipo, que había salido campeón de la Copa de la Liga en la temporada 1988/89, se vio privado de entrar en la Copa de la UEFA debido a las sanciones que arrastró la tragedia de Heysel.
Con sus virtudes y sus defectos, la Football Spectators Act no terminó siendo lo que sus hacedores querían y hubo que modificarla. Los hooligans seguían ahí y sino podían dar rienda suelta a sus instintos más bajos en los estadios, buscarían otro lugar.
La tragedia de Hillsborough, que costó la vida a 96 personas, sería el punto de inflexión definitivo. Tras aquel 15 de abril de 1989 nada sería igual.
EL INFORME TAYLOR
Peter Murray Taylor, que sería luego máximo responsable de justicia en Inglaterra y Gales, fue el elegido por el gobierno de Thatcher para encabezar la comisión de investigación de la tragedia de Hillsborough que daría lugar a un paquete de medidas, publicado en 1990, que llevaba su nombre.
El Informe Taylor abogaba por una reestructuración total de los estadios ingleses. De este modo, las míticas terraces británicas terminaban de morir. Se prohibía la existencia de asientos de pie, se eliminaban las vallas de seguridad, a las que el propio Taylor había hecho referencia señalando que “tratan a los espectadores como si fuesen prisioneros de guerra”, se mejoraban los accesos y se creaban espacios delimitados especialmente para los aficionados de los equipos rivales. Del mismo modo, quedaba prohibida la entrada de alcohol en los recintos, tomó especial relevancia la venta de abonos de temporada y se instalaron cámaras de vídeo.
Aunque las medidas llevadas a cabo cuajaron, la investigación de las causas de la muerte de los aficionados en el estadio del Sheffield Wednesday siguió unos derroteros muy distintos. El gobierno de Thatcher acusó directamente a los hinchas del Liverpool de originar la tragedia, lo que convirtió a la Dama de Hierro en el enemigo público número uno en la zona. El calvario de las familias en su decisión de encontrar la verdad y la justicia a toda costa a través del proceso judicial más largo de la historia legal británica, llegó a su final el 26 de abril de 2016, 27 años después del desastre, cuando el jurado llegó a la conclusión de que los fallecidos fueron víctimas de homicidio, atribuible a la deficiente actuación policial antes y después del partido y que el comportamiento de los aficionados del Liverpool no causó ni contribuyó a la catástrofe.
La aplicación de las medidas registradas en el Informe Taylor, llevó a una buena parte de los clubes a la asfixia económica debido a la falta de dinero para pagar las obras. Margaret Thatcher, fiel a su política de privatización, no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer y, a pesar de que se facilitaron créditos para sufragar parte de los gastos, la Dama de Hierro, cercana a su final político, abogó por que fuesen los clubes los que se hiciesen cargo del montante y se rascaran el bolsillo, aunque dentro ya no quedara prácticamente nada.
Cuando Michael Heseltine desafió su puesto como líder del Partido Conservador, su gabinete creyó que la mejor decisión era que Thatcher se retirase. El 28 de noviembre de 1990, la Dama de Hierro abandonaba Downing Street, siendo reemplazada por John Major.
Para entonces, los equipos ingleses habían encontrado una solución a sus problemas económicos y en 1991 decidieron tomar el camino de la explotación de los derechos comerciales y televisivos, firmando un documento que suponía la partida de nacimiento de la Premier League.
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