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viernes, 15 de marzo de 2019

Competiciones olvidadas: Full Members Cup, la copa que trajo Heysel


Los 80 en Inglaterra fueron unos años complicados en lo político, donde planeaba la figura de Margaret Thatcher y donde emergían lo que el periodista Andrew Marr llamó las dos Gran Bretañas, una forma como otra cualquiera de señalar que los ricos se estaban haciendo más ricos y los pobres se hundían todavía más en el fango, viendo como sus sueldos caían hasta un 17%.

En otro espectro de lo social, Inglaterra y su fútbol no habían sabido frenar convenientemente lo que los medios fueron a llamar la enfermedad británica. Los años 80 serían el caldo de cultivo idóneo para un fenómeno que se presentó debidamente en los años previos y posteriores al Mundial de 1966 que se llevaron los Three Lions tras tumbar a la Alemania Federal en Wembley. A mediados de la década todo iba a estallar en mil pedazos y la explosión sería retransmitida en directo para un buen número de espectadores cuyo único interés era el de ver a su equipo levantar la prestigiosa Copa de Europa.

Una nueva y tibia legislación hizo acto de presencia después de que el 11 de mayo de 1985, durante el encuentro entre el Bradford City y el Lincoln City en el estadio de Valley Parade, murieran 56 personas y 256 resultasen heridas a causa de un incendio en las tribunas, la peor tragedia del fútbol británico desde la muerte de 66 aficionados en Ibrox en 1971. Ese mismo día, y de ello se habla poco, una avalancha en St. Andrew's debida a una pelea entre hinchas del Birmingham y el Leeds United, causó la muerte de Ian Hambridge, de 15 años, que acudía por primera vez a un partido de fútbol junto a su padre, quien después declararía que llevaba cuatro años sin pisar un campo por miedo a los violentos.

Así las cosas, las primeras leyes para mejorar la seguridad en los estadios ingleses no tenían como causa las salvajadas de los hooligans, sino un incendio mortal que ponía en evidencia el estado de algunos campos de la patria de Isabel II.

La Comisión Popplewell, encabezada por el juez Oliver Popplewell, llevó a la prohibición de los graderíos de madera y a la clausura de las tribunas consideradas potencialmente peligrosas. Medidas que actuaron de teloneras para lo que ocurriría dos semanas después en Heysel, durante la final europea entre Liverpool y Juventus el 29 de mayo de 1985.

En realidad, Inglaterra no se pondría seria hasta cuatro años después, cuando durante la semifinal de FA Cup entre el Liverpool y el Nottingham Forest el estadio de Hillsborough veía morir a 96 personas. Como ocurriría con el caso de Valley Parade, no fue una actuación directa de los ultras lo que llevó a dar un golpe sobre la mesa. Fue entonces cuando el gobierno de la Dama de Hierro actuó con contundencia, elaborando el paquete de medidas denominado Informe Taylor y dictando la Football Spectators Act, que tenía como objetivo erradicar el hooliganismo y mejorar la seguridad en los estadios, una causa que había dejado a medias la Comisión Popplewell.

Sin embargo, el desolador panorama de Heysel -32 seguidores de la Juventus, cuatro belgas, dos franceses y un británico muertos- si llevó a la UEFA a tomar cartas en el asunto sin necesidad de esperar a una nueva tragedia.

La UEFA sancionó a los clubes ingleses sin poder disputar competiciones europeas durante cinco años -la sanción para el Liverpool fue de 10 años, aunque luego fue rebajada a seis- y se hizo hincapié en la necesidad de frenar el fenómeno hooligan que había dejado ya un buen número de lamentables actuaciones cada vez que se desplazaban a “animar” a sus equipos en las diferentes competiciones internacionales fuera de las Islas Británicas.

La sanción frenó el dominio inglés en el fútbol europeo, que había visto como entre 1976 y 1984 siete de las ocho Copas de Europa habían ido a las vitrinas de Liverpool (4), Nottingham Forest (2) y Aston Villa (1). A la pérdida de prestigio se sumó el golpe económico que suponía la no competencia en Europa, pero también el poco interés que mostraba la televisión, cuya oferta para la retransmisión de partidos no pasó de los 17 millones de libras, alegando que la gente en aquel momento prefería ver el campeonato de billar. No se emitiría fútbol hasta enero de 1986.

Con este panorama, alguien pensó que lo que necesitaba Inglaterra era más fútbol, aún conociendo otros datos como el descenso de espectadores, que caería a 16.5 millones en la temporada 1985/86, una preocupante cifra si la comparamos, por ejemplo, con los 41.3 millones registrados en la 1948/49, en la etapa de la posguerra.

Cuando la idea de una nueva competición llegó a oídos de Graham Kelly, cabeza visible de la Football League y la FA desde finales de los 70 a finales de los 90, este se encontraba en Downing Street anguantando el chaparrón de la Thatcher sobre el torbellino que había hecho tambalearse los cimientos del fútbol inglés. No dio crédito al plan, pero, inexplicablemente, el nuevo torneo para pasar el trago de la sanción UEFA acabaría viendo la luz.

La Full Members Cup, nombre genérico del campeonato que luego fue, por motivos de patrocinio, Simod Cup (de 1987 a 1989) y Zenith Data Systems Cup (de 1989 a 1992), arrancó en 1985 para los equipos de la First y la Second Division. Participaron 21 clubes: 5 (de 16) de Primera y 16 (de 22) de Segunda.

Los cinco equipos de la First Division fueron Chelsea, Coventry, Manchester City, Oxford y West Brom, si tenemos en cuenta que cuatro de los grandes, entonces en puestos europeos, como Liverpool, Everton, Tottenham y Manchester United habían entrado a otra curiosa competición que se llamó Football League Super Cup. Conocida por el nombre que le dio su patrocinador, ScreenSport Super Cup (pequeño canal deportivo de televisión que se fusionaría en 1993 con Eurosport), el torneo surgió del mismo modo que lo había hecho la Full Members Cup, para llenar el vacío que dejaba la sanción de la UEFA, pero el campeonato únicamente se mantuvo en pie una temporada al considerarse que Inglaterra ya tenía demasiadas copas en marcha. La efímera ScreenSport Super Cup la ganó el Liverpool al Everton en una final de ida y vuelta (3-1 y 1-4).

A pesar de las reticencias de algunos equipos (el Arsenal, por ejemplo, no participó en ninguna de las siete ediciones), la Full Members Cup inició su andadura envuelta en un increíble manto de optimismo que siguió cubriendo los ojos de sus ideólogos, Ken Bates y Ron Noades, incluso cuando las cifras de asistencia a varios de los partidos golpeaban con crudeza. Por ejemplo, al duelo que enfrentó al Manchester City con el Leeds United en Maine Road (6-1), acudieron poco más de 4.000 espectadores. Evidentemente, aquellos números se podían tirar fácilmente por los suelos cuando la asistencia a la primera final de la competición en Wembley entre Chelsea y Manchester City (5-4) reunió a mas de 67.200 espectadores o cuando el derbi de Sheffield que se vivió en la temporada 1989/90 juntó a 30.500 personas en Hillsborough, alcanzando sus mejores cifras con la final de la edición de 1989/90 que enfrentó a Chelsea y Middlesbrough (1-0) y que congregó a 76.369 espectadores, un mayor número de público que el que se dio cita para la final de la League Cup de aquella misma temporada.

La Copa vio como se incrementaba su número de participantes de 21 a los 40 que tuvo de 1987 a 1989 a pesar de que nadie la quería. Y aunque personajes de la talla de Howard Kendall tuviesen complicaciones para recordar su nombre cuando Zenith Data Systems se hizo cargo del patrocinio, el torneo se mantuvo en pie hasta la temporada 1991/92.

Esta anti-Copa de Europa fue, sobre todo, el lugar idóneo para que equipos de menor categoría coleccionasen momentos de gloria. Así, por ejemplo, la Full Members Cup la ganaron Blackburn Rovers (1987), Reading (1988) o Crystal Palace (1991) y otros como Charlton Athletic o Luton Town acabaron como subcampeones.

La década de los 90 no solo trajo el final de la Guerra Fría. Con ella llegaron la caída de Margaret Thatcher, a la que sucedió John Major, las lágrimas de Gascoigne, la llegada del britpop (y en el otro extremo de las Spice Girls), el éxito internacional de Hugh Grant o la muerte de Lady Di. También, por supuesto, la concepción y el nacimiento de la Premier League, el nuevo modelo de negocio futbolístico que pondría a Inglaterra en el punto de mira y que acabaría por enterrar a la Full Members o Simod o Zenith Data Systems Cup, el último torneo bizarro de las Islas.

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE LINE BREAKER 

miércoles, 7 de febrero de 2018

Margaret Thatcher y la transformación del fútbol inglés


Cuando el 8 de abril de 2013 los diversos medios británicos anunciaron la muerte de Margaret Thatcher, el Reino Unido se enfrentó a una tremenda oleada de sentimientos encontrados. Odiada y amada a partes iguales, a la calle salieron los fervientes simpatizantes del conservadurismo más duro que ella había elevado a la enésima potencia. Considerada la figura más relevante de la política británica desde Winston Churchill, los amantes del libre mercado consideraban que habían perdido a una líder única e inimitable. Se la debía honrar como merecía. En el lado opuesto -porque siempre hay un lado opuesto- estaban los obreros, sindicalistas, agraviados por su política económica y otras tantas personas que consideraban a Thatcher el mismísimo diablo. Entre ellos, también se encontraban los que habían coreado en más de una ocasión en las gradas de Anfield -y en tantas otras- el cántico de haremos una fiesta cuando Maggie Thatcher muera. Las heridas de Hillsborough.

Sam Allardyce, entonces en el West Ham, había dicho aquello de que “Thatcher mató el fútbol”, en referencia a las políticas aplicadas por la conservadora británica en los años 80. Su crítica iba dirigida al entorno creado a partir de las medidas de Thatcher con respecto a la juventud y el deporte, y había algo de sentimiento generalizado en ella.
En una etapa movida en lo referente al deporte nacional por excelencia, Margaret Thatcher se decidió a tomar cartas en el asunto y, en medio del caos, transformó el fútbol inglés para siempre. 

VALLEY PARADE, HEYSEL Y HILLSBOROUGH
Donde haya discordia, llevemos la armonía. Donde haya error, llevemos la verdad. Donde haya duda, llevemos la fe. Y donde haya desesperación, llevemos la esperanza”, fueron las palabras de una Margaret Thatcher que tomaba posesión como Primera Ministra el 4 de mayo de 1979 y se asentaba en el número 10 de Downing Street. Para entonces, el Reino Unido vivía una época convulsa que necesitaba de un líder fuerte para hacerle frente. 

El apodo de Dama de Hierro no sería casual. Se movió en un momento en el que las tensiones raciales se habían incrementado -el Partido Conservador se llevó muchos votos de simpatizantes del National Front-; su política económica estuvo dirigida a incrementar los impuestos indirectos, introdujo el poll tax y redujo las inversiones en servicios sociales y educación; se enfrentó a los sindicatos, dispuesta a acabar con su poder, teniendo que hacer frente a huelgas tan importantes como la de la minería en 1984; activó el proceso de privatización, acelerando las ventas de las empresas de servicios públicos del Estado; hizo frente a las huelgas de hambre de los prisioneros del IRA y les negó el estatus de prisioneros políticos; se alineó con las políticas de la administración Reagan en la última etapa de la Guerra Fría, demostrando abiertamente su rechazo a la integración europea y creó y presidió el gabinete de guerra que tenía como objetivo defender el intento de ocupación por parte de Argentina de los territorios administrados por el Reino Unido en las Malvinas.

¿Qué ocurría mientras tanto alrededor del fútbol? Los seis años siguientes a la toma de poder de Thatcher, cinco equipos ingleses alzaron la Copa de Europa. Dos veces el Nottingham Forest, dos el Liverpool y una el Aston Villa. Pero a pesar de la sobresaliente competitividad de los clubes del país, Inglaterra seguía arrastrando un problema que había sido incapaz de atajar. La enfermedad británica, como fueron a denominarla, llegaba a su punto de máximo apogeo y la situación estaba tan descontrolada que se había convertido en un auténtico lastre. El movimiento hooligan, tan extendido como extremadamente peligroso, campaba a sus anchas por la patria de Isabel II y solo la fatalidad convertida en muerte, anunciada mucho tiempo atrás, iba a ser capaz de mitigarlo.


Los viejos estadios del fútbol inglés se habían convertido en verdaderos campos de batalla, donde los hinchas locales esperaban a los rivales con botellas de cerveza o bolas de billar. Peleas cuerpo a cuerpo que se extendían a la destrucción del mobiliario del estadio o el urbano, como la famosa liturgia que llevaban a cabo en cada partido los Bushwhackers, la temida firm del Millwall. La propaganda fascista del National Front había calado hondo a las puertas de los fortines del Chelsea, el West Ham o el Leeds United y el reclutamiento de skinheads convertía a las bandas de hooligans en verdaderos grupos paramilitares.
En un abrir y cerrar de ojos, la actividad violenta de los hooligans traspasó fronteras cuando estos acompañaron a sus equipos o al combinado nacional por diversos países europeos. El caos ya era internacional.

El 11 de mayo de 1985, durante el encuentro entre el Bradford City y el Lincoln City en el estadio de Valley Parade, murieron 56 personas y otras 256 resultaron heridas tras el incendio de las tribunas. Como consecuencia, el juez Oliver Popplewell lideró la redacción de una nueva legislación para mejorar la seguridad de los añejos estadios ingleses. Aquello conllevó la prohibición de los graderíos de madera y la clausura de las tribunas consideradas potencialmente peligrosas.

El resultado de la denominada Comisión Popplewell solo fue un tibio comienzo en la necesidad de comenzar a tomar medidas. La dura y cruel realidad volvería a golpear a la sociedad inglesa dos semanas después. Fue en Heysel, durante la final de la Copa de Europa entre Liverpool y Juventus.

La muerte de 39 personas en Bruselas conllevó durísimas sanciones para los equipos ingleses, que se vieron privados de participar en las diversas competiciones europeas. Clubes como Liverpool, Tottenham, Manchester United, Everton, Arsenal, Southampton, Norwich, Sheffield Wednesday, Oxford United, West Ham, Luton Town, Nottingham Forest, Coventry City, Derby County o Wimbledon, estuvieron vetados de 1985 a 1991.

El gabinete de Margaret Thatcher entró de lleno en el problema, dispuesto a tomar medidas, siendo la primera de ellas la redacción de la Football Spectators Act de 1989.
Entre las medidas de acción que disponía, se encontraban la obligación de exigir el documento de identidad para entrar en los estadios o la persecución de las diferentes bandas de hooligans para proceder a la apertura de fichas policiales.
Durante los primeros meses de su aplicación, algunos optaron por llevar las medidas al extremo. Por ejemplo, el presidente del Luton Town, miembro activo del partido conservador de Thatcher, optó por prohibir la entrada de los hinchas visitantes al estadio. Su equipo, que había salido campeón de la Copa de la Liga en la temporada 1988/89, se vio privado de entrar en la Copa de la UEFA debido a las sanciones que arrastró la tragedia de Heysel.
Con sus virtudes y sus defectos, la Football Spectators Act no terminó siendo lo que sus hacedores querían y hubo que modificarla. Los hooligans seguían ahí y sino podían dar rienda suelta a sus instintos más bajos en los estadios, buscarían otro lugar.
La tragedia de Hillsborough, que costó la vida a 96 personas, sería el punto de inflexión definitivo. Tras aquel 15 de abril de 1989 nada sería igual. 

EL INFORME TAYLOR
Peter Murray Taylor, que sería luego máximo responsable de justicia en Inglaterra y Gales, fue el elegido por el gobierno de Thatcher para encabezar la comisión de investigación de la tragedia de Hillsborough que daría lugar a un paquete de medidas, publicado en 1990, que llevaba su nombre.

El Informe Taylor abogaba por una reestructuración total de los estadios ingleses. De este modo, las míticas terraces británicas terminaban de morir. Se prohibía la existencia de asientos de pie, se eliminaban las vallas de seguridad, a las que el propio Taylor había hecho referencia señalando que “tratan a los espectadores como si fuesen prisioneros de guerra”, se mejoraban los accesos y se creaban espacios delimitados especialmente para los aficionados de los equipos rivales. Del mismo modo, quedaba prohibida la entrada de alcohol en los recintos, tomó especial relevancia la venta de abonos de temporada y se instalaron cámaras de vídeo.

Aunque las medidas llevadas a cabo cuajaron, la investigación de las causas de la muerte de los aficionados en el estadio del Sheffield Wednesday siguió unos derroteros muy distintos. El gobierno de Thatcher acusó directamente a los hinchas del Liverpool de originar la tragedia, lo que convirtió a la Dama de Hierro en el enemigo público número uno en la zona. El calvario de las familias en su decisión de encontrar la verdad y la justicia a toda costa a través del proceso judicial más largo de la historia legal británica, llegó a su final el 26 de abril de 2016, 27 años después del desastre, cuando el jurado llegó a la conclusión de que los fallecidos fueron víctimas de homicidio, atribuible a la deficiente actuación policial antes y después del partido y que el comportamiento de los aficionados del Liverpool no causó ni contribuyó a la catástrofe.

La aplicación de las medidas registradas en el Informe Taylor, llevó a una buena parte de los clubes a la asfixia económica debido a la falta de dinero para pagar las obras. Margaret Thatcher, fiel a su política de privatización, no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer y, a pesar de que se facilitaron créditos para sufragar parte de los gastos, la Dama de Hierro, cercana a su final político, abogó por que fuesen los clubes los que se hiciesen cargo del montante y se rascaran el bolsillo, aunque dentro ya no quedara prácticamente nada.

Cuando Michael Heseltine desafió su puesto como líder del Partido Conservador, su gabinete creyó que la mejor decisión era que Thatcher se retirase. El 28 de noviembre de 1990, la Dama de Hierro abandonaba Downing Street, siendo reemplazada por John Major.
Para entonces, los equipos ingleses habían encontrado una solución a sus problemas económicos y en 1991 decidieron tomar el camino de la explotación de los derechos comerciales y televisivos, firmando un documento que suponía la partida de nacimiento de la Premier League.